Sin previo aviso ni contracciones, ¡me he puesto de parto! Como la mayoría ya sabéis, hace un par de semanas que Paula llegó a nuestras vidas. Justo en la semana 39 de embarazo rompí aguas de forma inesperada y me puse de parto. Ahora os contaré cómo fue todo. Hace días que tenía muchas ganas de escribiros este post, así que enseguida que he tenido un momentito me he puesto a ello para contaros sobre mi parto.
Como me imagino que nos debe pasar a muchas, durante los meses de embarazo, el parto es un tema que te va rondando por la cabeza y al que le vas dando vueltas y más vueltas, sobre todo cuando se acerca la recta final. “¿Sabré hacerlo? ¿Seré capaz?”. Pero ¡claro que somos capaces, lo somos todas y sea como sea cada parto! Las mujeres podemos con todo, estamos diseñadas para hacerlo y que nadie te diga lo contrario. Yo, si algo tenía claro desde un inicio cuando preparé mi plan de parto era que quería afrontarlo con mentalidad abierta y sin cerrarme a nada, viviéndolo minuto a minuto y adaptándome a cómo fuera yendo. Al igual que cada embarazo, cada parto es distinto y se vive de manera diferente, ni mejor ni peor, diferente. Y, sea como sea, ¡es único y especial!
Nuestra FPP era el miércoles 19 de agosto. Pero “baby one” quiso nacer justo una semana antes, el miércoles 12 de agosto de 2020 a las 6:15h de la mañana, en las 39.0 semanas de embarazo. ¡Así que voy a contaros cómo de movidita fue esa noche!
El día anterior, el martes, había sido un día “aparentemente normal” en plenas vacaciones de verano en el mes de agosto, tranquilo y por casa como decidimos estar este año. Yo estuve repasando algunas clases pendientes del Postgrado de Lactancia Materna. A media tarde vinieron mis padres, que estaban pasando unos días en el apartamento de la playa, pero ese día habían hecho un “baja-sube” de la Costa Brava para hacer unas gestiones y, como no, habían pasado a vernos “por si era el último día que me veían con barriga” (¡y vaya si lo era!). En ese momento ni yo lo imaginaba, pero solo unos minutos después de que ellos se fueran me pondría de parto. Cuando se marcharon, quise darme una ducha refrescante y luego nos disponíamos a ir a comprar al supermercado. Sí… me puse de parto con la nevera casi vacía, ¡justo al contrario de lo que siempre recomiendo! En fin, que me di esa merecida ducha refrescante y… ¡pam!
Al salir de la ducha y cuando me estaba vistiendo para salir, justo entre ponerme un calcetín y otro, me noté muy mojada de golpe, como si me hubiera caído un vaso grande de agua encima de mis braguitas. “¡Amor, creo que acabo de romper aguas!” le dije a mi marido. Ya os podéis imaginar: allí estábamos los dos, mirando ese líquido tan transparente que acababa de caer encima del taburete en el que estaba sentada y pensando “pues sí, será eso… ¿y ahora qué hacemos?”. Aunque tengas la teoría clara de lo que has aprendido en las clases preparto, cuando llega EL MOMENTO creo que a todos se nos pasa la misma pregunta por la cabeza.
Lo bueno era que las aguas eran muy claras, eran limpias, sin duda, y sabíamos que eso daba tranquilidad y no era necesario salir corriendo enseguida. Lo extraño era que, aparte de que me fuera cayendo agua de vez en cuando (incómodo, pero totalmente indoloro), no me notaba absolutamente nada, no tenía ni una contracción. Así que, por ese motivo, no quisimos tardar mucho en ir para el hospital. Me volví a duchar, aunque iba goteando cada poco tiempo, cenamos algo rápido y “sin prisa, pero sin pausa” nos fuimos para el hospital.
Una vez en urgencias de ginecología del hospital, yo entré dentro y David se quedó en la sala de espera (con la situación de pandemia actual, ahora solo dejan pasar al acompañante cuando se confirma que el parto ya está en marcha). Me empezaron a hacer monitores. Yo estaba tan tranquila y como si nada, con el móvil y allí sola “esperando” porque todavía seguía sin notar ni contracciones.
Una hora después vino la ginecóloga, miró los monitores y me hizo un tacto. “Pero si el cuello del útero ya está totalmente borrado, ¡estás de parto, Laia!, ya podemos avisar a tu marido y entrar”. Sé que a veces se tarda horas ¡solo para conseguir borrar el cuello del útero!, así que no me lo podía creer aún. Me dijo que sí que tenía contracciones, aunque yo no las notara. Quizá de vez en cuando notaba como un pequeño “pinchazo” en la parte baja del vientre, similar a los dolores de la regla, pero muy suave y nada doloroso. La gine me explicó que, aunque la mayoría empiezan con contracciones, un 20% de los partos empiezan con rotura de aguas, y que muchas mujeres en ese caso empiezan a notar contracciones justo al romper aguas. En mi caso era un poco como empezar la casa por el tejado. El problema de romper aguas primero y no tener contracciones es que ya no hay marcha atrás y, si no empiezan las contracciones por sí solas, acaba siendo un parto inducido pasadas unas horas. Pero no, en mi caso parecía que allí estaban, aunque yo no las notara, y que el parto se ponía en marcha.
Me hicieron la PCR y nos quedamos en un box hasta ir a sala de partos. Poco a poco, allí ya sí que empecé a notar contracciones. Alguna matrona iba entrando a ver qué tal, pero las primeras horas lo llevé bien: cambiando de posición, respirando, utilizando la pelota de pilates, las posturas, iba bebiendo bebida isotónica (que me sentó genial) y poniendo en práctica todo lo que había aprendido los meses anteriores, entre las clases de yoga para embarazadas y el curso preparto. Pero, como ya me avisaron que pasaría, llegó un punto de cambio, en el que las contracciones empezaron a ser mucho más fuertes y seguidas.
Allí yo pedí de nuevo un tacto y me dijeron que estaba dilatada de 3cm. Pregunté sobre la epidural y decidí esperar un rato más hasta tomar una decisión. Pero nada, pasó muy poco más y decidí pedirla, la cosa iba bastante rápido y me empecé a notar un dolor mucho más fuerte en muy poco tiempo. No quería sentir tanto dolor, quería seguir notando las contracciones y poder empujar, pero no quería sufrir.
Allí ya nos pasaron a sala de partos con nuestra matrona Marta y empezaron a tramitar la documentación para la epidural. Y allí noté otro punto de cambio en la intensidad, empecé a llevar mucho peor las contracciones. Me volvieron a poner monitores para ver qué tal iba también el bebé y, una hora más tarde, la anestesista me puso la epidural. Una vez puesta la epidural, volvieron a hacerme un tacto y ¡ya estaba en dilatación completa (10cm)! Entre la matrona y la anestesista lo hablaron y ellas mismas se sorprendieron de que hubiese pasado de 3cm a 10cm en 1h. “Ahora entiendo el dolor del que te has quejado tanto en estas últimas contracciones” me dijo mi matrona, “es que ya solo nos quedan los pujos. Has pasado todas las contracciones hasta dilatación completa sin la epidural”. Resumiendo, que ya tenía la epidural puesta, pero ya estaba de 10cm, ¡había dilatado hasta 10cm en apenas unas pocas horas!
Yo ya estaba agotada. Era de madrugada, no habíamos dormido ni descansado nada, y, aunque las primeras contracciones ni las noté, los últimos cambios de intensidad me habían dejado muy cansada. Temía no tener fuerzas suficientes para poder hacer frente al parto. Además, la epidural no hizo efecto al 100%, me quedó una laguna (una zona sin dormirse, algo que puede pasar) en la ingle izquierda. En esa zona notaba el dolor con mucha más intensidad, me hacía mucho daño. Mi matrona, que me animaba y estaba pendiente de mí en todo momento, me recomendó que probásemos de hacer el expulsivo del lado izquierdo, a ver si así ese dolor en la ingle iba mejor ¡y así lo hice! La verdad, los pujos se me hicieron mucho más largos y difíciles de llevar de lo que pensaba, llegando a la sensación de “no puedo más” en algún momento. Miraba a mi marido con cara de agotamiento, sabiendo que ya quedaba muy poco para terminar, pero que me estaba quedando sin fuerzas.
Finalmente (y no sé ya después de cuantos pujos), a las 6:15h de la madrugada nació “baby one” y tanto mi marido como yo nos pusimos a llorar como una madalena. ¡Era real, lo habíamos conseguido entre el/la peque y yo y nosotros ya éramos padres de un/a bebé!
La matrona sabía que no sabíamos aún el sexo, así que no dijo nada y nos lo enseñó al sacar al bebé. En un primer instante, pero, entre el cordón umbilical de por medio y la emoción del momento, nos costó un poco ver si “baby one” era un niño o una niña; hasta que ella nos apartó el cordón con las manos: ¡”baby one” era una niña!
Una vez nacida Paula, me la pusieron algo más de un par de horas en contacto piel con piel y, poco a poco, allí empezó su primera toma de lactancia materna. Mientras, tuvieron que coserme algún punto por un desgarro de segundo grado, pero ya nada de esto importaba: teníamos a nuestra bebé en mis brazos y todo había salido bien.
Una vez en la habitación del hospital y con la peque vestida con su primera ropita, trajeron el desayuno: un café con leche y dos madalenas (podrían mejorar muchísimo la comida del hospital, todo sea dicho) que, por suerte, David complementó yendo a comprar un enorme bocata de fuet para mí. Me apetecía mucho, después de 9 meses sin comerlo, y me ayudó mucho más a recuperar fuerzas que esas dos dulces madalenas, aunque tenía tanta hambre que me las comí también y todo lo que me hubiesen traído en ese momento.
Finalmente, como todo salió bien y no hubo complicaciones, en 24h nos dieron el alta precoz y nos fuimos para casa con Paula en brazos.
El parto de Paula, pues, fue lo que consideramos médicamente un parto normal (esporádico entre las semanas 37-42 de gestación), que empezó rompiendo aguas, pero sin contracciones, justo en la semana 39 de embarazo. Un parto eutócico (vaginal, sin instrumentos) y medicalizado (por la epidural, aunque solo me sirvió para el expulsivo porque todo fue muy rápido). Y es que, para ser primípara, todo fue deprisa, entre otros motivos, porque la peque estaba ya muy bien encajada: desde la primera contracción que noté hasta el nacimiento de Paula pasaron menos de 6h, menos de 12h en total desde la rotura de aguas en casa. Precisamente por el hecho de ser tan rápido, el dolor fue exponencial y más complicado de sobrellevar (por el cambio brusco de intensidad en las contracciones), sobre todo debido a la zona de la ingle que me quedó con laguna (allí se notaba todo mucho más). Todo ello ya formará parte de nuestro recuerdo para siempre, pero lo más importante, sin duda, es que salió todo genial y Paula nació sana.
¡Un momento más que especial e irrepetible! Recuerdo la emoción de mirarnos por primera vez a los ojos, de estar juntas piel con piel, de empezar una nueva vida, una nueva aventura en nuestra familia. Y, lo más importante: todo había salido bien y nuestra bebé ya estaba con nosotros para siempre.
Ahora ¡a por el temido postparto! Os contaré en otro post, pero la recuperación física está siendo muy rápida y sin apenas dolores. La figura la estoy recuperando poco a poco, todo tiene que volver a su sitio después de nueve meses de embarazo, así que para ir ganando fuerza abdominal no hay prisa y todo a su debido tiempo. Para mí, lo más duro del postparto está siendo lidiar con los dolores de barriga y los cólicos de la peque, pero esto ya lo dejo para más adelante. En este post de hoy quería centrarme solo en el parto.
¡Gracias por leerme y acompañarme en esta aventura desde el inicio! ¡Bienvenida al mundo Paula!
¡NUEVO! Curso de Laia Rovira sobre Alimentación Complementaria del bebé y BLW (Baby-Led Weaning), ya disponible en Academia Júlia Farré. Uno de los cursos más completos de alimentación del bebé, para hacer a tu ritmo.